sábado, 6 de agosto de 2011
Cabildo del Millón, del 15 de diciembre de 2006
Cabildo del Millón
Por: Fernando Rodríguez Mendoza
Nunca me he sentido tan feliz de ser parte (aunque sea una pequeña parte) de un millón de personas, todas ellas imbuidas de un mismo pensamiento y un mismo sentimiento: que se cumpla la ley, que nos dejen trabajar en paz y nos den las seguridades jurídicas mínimas indispensables, empezando por la autonomía, y que continúe la democracia.
Fue una demostración real, evidente y palpable de una visión del país que queremos y, por qué no decirlo, construimos, con sus derroteros puestos en el siglo XXI, mientras que al pasado se utiliza no para reincorporarlo en nuestras vidas, sino simplemente para no repetir errores anteriores.
Qué lamentable sería que las autoridades en función de Gobierno no aprovechen ese ejército de más de un millón de personas, militantes sin desmayos ni mezquindades, para producir, trabajar, aportar conocimientos y mano de obra, que crea productos de consumo y de exportación, es decir, un ejército que construye, que propone y que hace y, en contrapartida, sólo pide que lo dejen trabajar, que se respete el ordenamiento jurídico, que no lo avasallen ni pretendan coartar sus derechos, porque no esquiva sus obligaciones; pide tan poco para lo que da.
La inevitable discusión académica sobre la legalidad o la legitimidad del mandato conferido en el Cabildo del Millón, de ninguna manera podrá restarle efectos ni consecuencias al mismo. Se ha conferido un claro mandato en el que las atribuciones emanan del pueblo, y las preguntas que se le ha formulado han sido claras, sin ninguna intención aviesa. El pueblo es el único punto de origen y fundamento para que exista un Estado, y es el pueblo (“si éste no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?”, decía a coro la sabiduría popular) el que por unanimidad de los presentes, en el Cabildo del Millón, ha otorgado facultades mediante un claro mandato que no sólo no puede desconocerse, sino que no podrá incumplirse o hacerse a medias, porque ese mandato es irrevocable, contundente e irreversible.
Los pasos a seguirse después del Cabildo del Millón deben estar ya claramente analizados y empezando a ejecutarse por quienes recibieron el mandato; se empezará por reanudar el diálogo, aunque por las posturas conocidas y la conducta anteriormente demostrada por la otra parte no creo que se puedan lograr avances significativos (ojalá me equivoque); más bien creo que se van a endurecer las intenciones de imposición, ante lo cual el mandato tendrá que utilizar los mecanismos legales a su alcance, entre ellos los referéndums departamentales, para que el pueblo, haciendo uso de sus legítimas atribuciones, apruebe lo que corresponda para su obligatorio cumplimiento.
Santa Cruz, junto a Tarija, Beni y Pando, ha demostrado que nunca existieron posturas de independencia o separatismo, que ha sido nomás el fantasma inventado por los asesores de Palacio frente a la falta de argumentos sólidos para rebatir o desvirtuar la legítima y legal exigencia irreversible de las autonomías departamentales, y así lo ha gritado a todo pulmón el Cabildo del Millón.
Éste terminó como tenía que terminar, en una verdadera fiesta democrática, con desbordante alegría y emoción; no se ha acudido a las prácticas ‘normales’ de este tipo de manifestación en otras latitudes del país, donde imperan la violencia y la agresión. Por el contrario, después de haber manifestado la voluntad unánime de que se cumpla la ley y se respete la autonomía departamental, el pueblo feliz volvió a sus quehaceres. Como dice la canción: “Camba, yo soy el camba carnavalero de corazón”.
Nunca me he sentido tan feliz de ser parte de un millón, no, no, de mucho más de un millón de personas que ven a Bolivia con esperanza, con fe y con una visión de futuro
El Deber, Opinión, Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, Jueves 11, enero de 2007
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